Cómo entender y manejar el enojo

Los humanos somo seres complejos, animales super desarrollados que con nuestra evolución no paramos de adaptarnos y dejar atrás aptitudes que ya no nos son tan útiles, pero aún existen entre nuestras características algunas formas de actuar y sentir que parecen ser parte de nuestro lado más primitivo, ¿por qué no se han extinguido? Quizás aún tengan mucho para ofrecer a nuestra supervivencia y desarrollo.

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Las emociones, por ejemplo, pueden ser una verdadera arma de doble filo para nuestra existencia; pueden tanto prevenirnos del peligro como exponernos a él y nos ayudan a sobrevivir a través de la formación de comunidades, pero pueden entrar en conflicto con las normas y dinámicas compartidas, generando otros riesgos y malestares. Aunque de la mayoría de las emociones se puede interpretar fácilmente por qué y para qué existen, hay una en particular que parece ser más contraproducente y que por algún motivo se mantiene entre nuestras capacidades.

El nacimiento de la ira o el enojo

A nivel cerebral la encargada de formar los sentimientos de ira o enojo, además de las demás emociones, es la amígdala, que además suele ser responsable de la respuesta de lucha o huida ante situaciones adversas; controlar el impulso destructivo del enojo depende mucho de qué tan conscientes somos del mismo.

La doctora en neurociencia de la Universidad Autónoma de Madrid Nazareth Castellanos, explica a la BBC que la diferencia radica en nuestra velocidad de respuesta, si actuamos solo con base en la información que recibimos de nuestra amígdala, esto se considera una reacción rápida e irreflexiva, pero si podemos permitir que la información pase de la amígdala al hipocampo y la corteza frontal, encargados de la regulación emocional y la toma de decisiones, estamos frente a una respuesta más lenta y, probablemente, mesurada.

¿Cómo lograr entonces que nuestros impulsos no lleven la ventaja y nos hagan decir o hacer cosas de las que nos arrepentiremos? Dos buenas herramientas son aprender a identificar cómo se manifiesta la ira y llevar a cabo prácticas que nos ayuden a redireccionarla.

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Anatomía de una persona enojada

Hay varios signos físicos que nos pueden ayudar a descubrir antes de actuar que algo nos ha disgustado profundamente, de acuerdo con Castellanos, el aumento del ritmo cardiaco y la tensión muscular son los primeros indicios, pero un gran enojo también puede causar aumento de la presión arterial, sudoración, dolor de cabeza, hormigueo y presión en el pecho.

La ira no es solo peligrosa por nuestras reacciones y las de los demás, también ha demostrado ser muy perjudicial para nuestra salud física, causando estrés, problemas digestivos y cardiacos. Si sientes que uno o más de estos síntomas se están presentando, debes hacer acopio de toda tu inteligencia emocional para no reaccionar de inmediato al estímulo, aunque tu cerebro este lleno de ideas ingeniosas sobre qué decir o hacer en ese preciso momento.

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Redireccionar la ira

Si lograste atraparte a tiempo y has logrado no estallar en un ataque de ira ya has logrado lo más importante, aunque algunas veces la ira puede manifestarse mucho tiempo después de haberse sentido, suele ser en el primer instante de su percepción que es más peligrosa para nosotros y nuestras relaciones; ahora lo que queda es hacer algo con ella, porque reprimirla definitivamente no es la respuesta.

Es aquí donde es importante conocer el propósito de la ira en nuestro desarrollo y evolución, pues más allá de ser una fuerza destructora, la ira, bien entendida y reflexionada, es el motor de cambio que necesitamos para enfrentar las injusticias o las inconformidades. Muchos avances que hemos logrado a nivel social y cultural son fruto de la ira de personas que no solo se quedaron con el sentimiento, sino que crearon herramientas para manejarlo.

Si algo te molesta reflexiona el por qué, muchas veces nos enojamos no por una situación en concreto, sino por el contexto en el que se da, quizás ya hemos tenido un día difícil y nos sentimos poco valorados, o de pronto sí que estamos molestos por una situación que nos afecta a nosotros y nuestra comunidad; en cualquiera de estos casos romper todo no es la respuesta, pero algunas de estas alternativas sí que pueden ayudar:

  • Hacer ejercicios de meditación o respiración que nos devuelvan a un estado de respuesta más mesurado.
  • Escribir hasta entender nuestro enojo desde una perspectiva más amplia y poder manifestarlo de forma más constructiva.
  • Dejarlo salir a través de ambientes controlados como sesiones de ejercicios o la práctica de manualidad y otras actividades creativas.
  • Hablar con una persona alejada del conflicto como un profesional en salud mental o un amigo o familiar.

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