¿Cuántas quejas son muchas quejas?

Cómo alivia cuando al final de un día o una semana difícil podemos sentarnos con algunos de nuestros seres amados y dejar salir un poco de la molestia y el estrés acumulado; todos nos quejamos, pero no todos lo hacemos en la misma medida, en esto radica la diferencia entre una conducta normal y una poco saludable.

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La inconformidad es una respuesta evolutiva a la necesidad del hombre de detectar estímulos negativos que pueden perjudicar su supervivencia, las quejas son manifestaciones acerca de la inconveniencia de estos estímulos, por lo que se puede pensar en ellas como un sistema de advertencia para estar atentos nosotros mismos y prevenir a otros de una molestia o un peligro potencial.

Esta lógica sigue siendo aplicable a los peligros de los tiempos modernos, aunque estos sean mucho más sutiles que la amenaza de un depredador o un posible desastre natural; por lo tanto, nos quejamos, y es válido, pero, ¿hasta qué punto?

Según la BBC, estudios recientes de neurociencia han vislumbrado la posibilidad de que los lamentos constantes pueden estar afectando nuestra estructura cerebral hasta el punto de perjudicar nuestra función cognitiva y nuestra capacidad de resolución de problemas; las quejas crónicas también se han relacionado directamente con desordenes mentales como la ansiedad y la depresión.

La queja útil

Lo primero que debemos entender es que la molestia detrás de una queja tiene un propósito: hacernos entender que algo no está bien; una queja es en realidad una invitación a la reflexión y al cambio respecto a situaciones que no nos gustan o nos pueden perjudicar.

Pongamos un ejemplo: si descubrimos que nos quejamos de forma constante de nuestro empleo, valdría la pena pensar en qué tanta gratificación nos da, qué le falta para hacernos sentir más felices con él y qué está en nuestras manos para darle el giro que necesita; quizás lo que debas hacer es darle un poco más de organización y disciplina a tu rutina para no desbordarte con los pendientes, posiblemente necesitas buscar más espacios de diversificación en tu tiempo libre para no sentir que solo vives para trabajar, o de pronto lo que requieres es empezar a estudiar y prepararte para poder a acceder a un gremio o campo de acción que te de más satisfacción a nivel personal.

Al final del día, lo cierto es que hay quejas de quejas, no todas las situaciones que nos molestan están bajo nuestro control para ser cambiadas, por eso, además de una actitud proactiva, necesitamos otras herramientas para lidiar con las quejas crónicas:

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1. Escucharnos a nosotros mismos

Préstate atención durante el día: ¿cuántas veces te quejas? ¿en qué situaciones? ¿sobre qué cosas? La queja se ha hecho tan natural que se ha convertido hasta en una forma de saludo o de tema de conversación, ya es más común responder con un “ahí vamos” cuando nos preguntan cómo estamos o hablar mal del clima para romper el hielo; son precisamente estas frases en piloto automático las que marcan la pauta de lo que hablamos, si nos recordamos por un rato a nosotros mismos que es mejor empezar o proponer algo más positivo o incluso propositivo en nuestras conversaciones cotidianas, la queja se hará tan escasa, que el día que aparezca será para llevarnos a una reflexión a una mejora y no a un simple tema de conversación.

2. Ver el vaso medio lleno

La vida no es perfecta, pero eso es parte de su magia. Es importante querer mejorar siempre, pero un estándar de perfección imposible solo nos llevará a una carrera agotadora contra el mundo. Disfruta el momento y no le des un lugar demasiado grande a las cosas que no están bajo tu control; el discernimiento es tan importante como la proactividad, así que elige bien tus batallas y deja fluir todo lo demás desde el agradecimiento y la certeza de que todo es temporal y tanto lo bueno como la malo va a pasar.

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3. Poner límites con el ejemplo

Escuchar a otra persona quejarse de forma constante puede ser igual o más desgastante que estarnos quejando nosotros mismos; todos necesitamos desahogarnos cada tanto, pero si detectamos en otro una tendencia crónica a lamentarse, más nos vale poner algunos límites sanos o comunicarles con el ejemplo o de forma delicada nuestra intención de hacer de la queja una actividad que nos lleve a soluciones, sin necesidad de dedicarle mucho tiempo; no es un ejercicio fácil, va a requerir mucho tacto, pero puede ser una idea útil y reveladora para nuestros seres queridos tanto como lo es para nosotros.

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