¿Evolucionamos para ser más sedentarios?

Una de las metas de bienestar más difíciles de adquirir y mantener para las personas es hacer más actividad física; las excusas abundan: que no hay tiempo, que no hay dinero o que estamos demasiado cansados, pero por encima de todas estas posibles razones, cuyas soluciones cada día son más accesibles, podría haber una pulsión inconsciente y primitiva que realmente nos invita a no movernos.

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Según el paleoantropólogo estadounidense Daniel Lieberman, nuestra falta de motivación frente al ejercicio puede estar altamente influida por algunos hábitos y necesidades de nuestros antepasados que se quedaron engranados en nuestro cerebro.
En su libro “Ejercicio: cómo es que nunca evolucionamos para hacer ejercicio, por qué es saludable y qué debemos hacer” Lieberman propone una tesis con la que quizás podamos entender mejor nuestro cuerpo y descubramos cómo vencer la barrera del sedentarismo implantado por nuestros ancestros.

Moverse si, pero ¿Cuándo y para qué?

Hace unos cuantos millones de años, cuando la raza humana sobrevivía de la caza y la recolección de alimentos, nuestro cuerpo se adaptó para aguantar grandes esfuerzos físicos, pero también para no desperdiciarlos. Los cazadores podían pasar jornadas extenuantes buscando proveer la comida para su subsistencia, pero cuando no estaban en esta misión, su único propósito era mantenerse en reposo para guardar sus energías para la siguiente caza.

Con el paso de los años las cosas cambiaron bastante, hasta llegar hasta hoy, cuando la rutina de la gran mayoría de los seres humanos no requiere de un esfuerzo físico significativo; aún así, la necesidad de ahorrar energías persiste en nuestra psique y puede influenciar nuestras intenciones de ponernos en movimiento.

La lógica, según la parte más instintiva de nuestro cerebro, es que si vamos a hacer ejercicio es porque vamos a obtener una recompensa; pero nuestro cerebro no relaciona un cuerpo saludable, una buena higiene del sueño y ninguno de los otros grandes beneficios de la actividad física con un premio para semejante esfuerzo que le estamos pidiendo, y por eso, es posible que no nos ayude mucho a tomar el impulso para empezar.

Para colmo…

Ya sea por predisposición evolutiva o por cualquier motivo, los humanos nos hemos encargado de hacernos la vida muy fácil en términos de esfuerzo físico; tenemos escaleras eléctricas, ascensores y autos que nos llevan a todo lado, hemos diseñado todo tipo de dispositivos para que todo sea más rápido y requiera menos esfuerzo.

La falta de ganas de esforzarnos, más las herramientas para evitar hacerlo, han hecho la receta perfecta para llegar al punto en que nuestro deseo inconsciente de reservar energía se ha vuelto perjudicial para nuestra salud personal y pública.

¿Cómo combatir años de evolución?

Aquello que nace del cerebro debe ser afrontado con el mismo; si bien nuestros antepasados tenían justas razones para descansar la mayor cantidad de tiempo posible, los seres humanos del presente debemos encontrar nuestros propios argumentos para alcanzar un mejor balance entre reposo y movimiento, estas son algunas estrategias que pueden guiar a tu mente a una relación más saludable con el ejercicio:

  • Ofrécele recompensas tangibles: si no te encuentras de mucho ánimo para ponerte en movimiento, podrías recordarte a ti mismo que puedes citarte con tus amigos para hacer deporte, que si caminas una media hora, puedes cumplir el pendiente que desde hace días no sale de tu mente, o que podrías aprovechar para escuchar una buena lista de reproducción mientras haces algunas repeticiones en el gimnasio.

La interacción social, la ejecución de compromisos pendientes y la apreciación artística son todas acciones que le encantan a nuestro cerebro y que le pueden dar el empujoncito necesario para que se motive y te motive.

  • Empieza con calma: no es necesario hacer el esfuerzo de nuestros antepasados cazadores desde el día uno (o en absoluto), empezar desde abajo, aumentando la intensidad es un reto que tu cerebro apreciará y querrá enfrentar día a día.
  • Reconoce tu esfuerzo: el hecho de que salgas y hagas ejercicio ya es una acción completamente contraintuitiva para tu cerebro, celebra tus esfuerzos y no sientas que te quedas corto, si eres muy duro contigo mismo, tu cerebro va a rechazar la posibilidad de seguir haciendo esa actividad que despertó en él una reacción negativa, así que agradécete el esfuerzo y ve subiendo el nivel en la medida de lo posible.