La lección que nos deja el día de acción de gracias
Hace unos días se celebró en Estados Unidos el día de acción de gracias, una fecha especial de la que en Latinoamérica hemos heredado particularmente su tradición comercial a través del Black Friday; pero más allá de las compras de navidad y las largas filas en los centros comerciales, valdría la pena heredar un poco del verdadero espíritu de estas fechas especiales, reflexionando sobre qué son y cómo podrían ser importantes para nosotros.
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El día de acción de gracias suele ser relacionado en la cultura norteamericana con los festines realizados por los peregrinos en los años 1600 para agradecer las buenas cosechas, victorias en batalla y demás beneficios recibidos durante el año; se sabe que fue institucionalizado por Abraham Lincoln el 3 de octubre de 1863 y que desde entonces es uno de los eventos más simbólicos para los estadounidenses.
Aunque hoy en día perdure la tradición de celebrar el día de acción de gracias, puede que los “rituales” que han sobrevivido o se han ido creando alrededor de él hayan desdibujado cada vez más su principio cardinal: la acción de agradecer; la distorsión de esta festividad ha sido tanta que ha terminado siendo exportada más como un fenómeno comercial que como una invitación a la reflexión y el recogimiento, olvidando que trae más prosperidad a nuestras vidas la gratitud como práctica constante que un televisor nuevo.
Pero guardemos las proporciones, pocos de nosotros nos podemos resistir a una buena oferta y más con la navidad a la vuelta de la esquina, pero, ¿qué tal si además de aprovechar el viernes negro, tomamos la oportunidad para reconocer todas las cosas buenas que llegaron a nuestras vidas para hacerlas mejores?
La lección que nos debe dejar el día de acción de gracias es precisamente el aprender a darnos la oportunidad de “contar nuestras bendiciones” y agradecer; siempre hay mucho camino por andar, muchos proyectos a los que aspirar, pero si miramos atrás ya ha sido bastante el recorrido que hemos hecho, ¿por qué no dedicarle un momento a todas las personas, situaciones y hasta retos que nos han mantenido en movimiento?
Después de más de un año desde el inicio del COVID-19, el mundo está cada vez más dispuesto a reabrir sus puertas en todos los sentidos, por eso, vale la pena hacer un balance de lo que hemos aprendido, ganado – ¿y por qué no? – también perdido durante este tiempo; después de todo, según la sabiduría china, las crisis son en gran parte oportunidades para crecer, para deconstruir y reconstruir esos principios y concepciones que ya no nos hacen bien o no eran tan maravillosos como pensábamos desde el principio.
Y es que si lo pensamos un poco, esa vieja normalidad que tanto anhelábamos al inicio de la pandemia estaba lejos de ser perfecta. Alguna buena lección nos habrá dejado el ser despojados de las prisas y las ansiedades que traía un mundo llevado por las apariencias y la ambición, de repente la importancia de una buena compañía, una salud inquebrantable y los beneficios de tener un techo encima de nuestras cabezas y una buena cena encima de la mesa dejaron de ser frases de cajón para ser el único mundo que nos quedaba.
Es difícil a veces reconciliar las pérdidas y contrariedades que llegan a nuestra vida, pero al momento de hacer balance, ¿es realmente el dolor y la carencia los factores dominantes en ella? Puede ser que la vida sea injusta e incluso devastadora, pero al final del día ella es lo que hagas de ella, así que, ¿por qué no agradecer y actuar?
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